domingo, 9 de diciembre de 2012

“La pareja como mero espejo de uno mismo”


Alfredo y su Irene, Irene y su Alfredo

            “...esos seres tienen una permanente necesidad de utilizar a las mujeres como espejos, cuya única virtud sería la de potenciar la admiración que ellos sienten por sí mismos...”

            Esto le dijo un psicoanalista una vez a Irene Lauson. Estaban en una fiesta, y a sus espaldas estaba Alfredo, conversando con una.
            Hacía ya trece largos años que Irene estaba con Alfredo Etchart y sin embargo, eran una pareja que “de pareja” tenía poco. Se llevaban casi veinte años de diferencia y se habían conocido en una charla en la universidad. Él, el brillante profesor, ella, la escrupulosa e inteligentísima adolescente de 17 años. Habían salido a un café y habían hablado de filosofía, desafiándose cual competencia.
            Los años pasaron y por más de ellos seguían... “juntos”, Alfredo seguía encontrándose con adolescentes en un café para conversar, enseñarles cosas y mantener relaciones sexuales en su departamento. Todas llegaban y se iban, pero Irene nunca se iba. Alfredo no le escondía nada, le contaba de sus encuentros con estas chicas como anécdotas divertidas. Pero ella nunca se iba. ¿Por qué? Porque lo necesitaba.
            Lo dejaba reflejarse en ella porque él la quería, realmente la quería y necesitaba reflejarse ella también en él.

            “Es mi historia la que siempre estuvo vinculada con los espejos. (…) Soy yo y no Alfredo -que siempre ha emitido desbocadas y generosas señales sin retorno -, soy yo quien siempre ha necesitado ante sí, como un doble tranquilizante, una imagen cristalina de contornos nítidos. Y no porque me ame: porque me tengo recelo.”

            Todos hemos escuchado sobre este tipo de parejas. Parejas enfermizas, personas que se mantienen juntas por la propia necesidad de estar con el otro para sentirse bien con uno mismo. Los motivos pueden ser mil.

Aunque sea doloroso

            Otro libro que trata este tema es “Abzurdah” de Cielo Latini, una novela autobiográfica en la que Cielo cuenta su experiencia en la anorexia, la bulimia y la autoflagelación.
            Cielo conoce a Alejo por chat a los 14 años. Un hombre 9 años mayor que ella  con quien mantiene una relación obsesiva durante años. Ella era completamente dependiente de él. Durante todo el libro ella cuenta cómo todo lo que hacía, lo hacía por él. Tenía que ser perfecta para él.

            “Los amores juveniles son así. Obsesivos, absolutos, a todo o nada. Lo terrible es que muchos años después uno siga comportándose de la misma manera. Lo doloroso es que así se quede uno: siendo una maldita obsesiva.”
            “Le creí, le creía cualquier cosa. Si me hubiera dicho que después de violarme iba a aparecer Papá Noel con una bolsa llena de Barbies para mí, también lo hubiera creído.”


            En ambos libros, relatados por o desde la mirada de la mujer, podemos ver la poca correspondencia que ellas sienten de sus parejas y cómo lo único que importa es cómo se ven para ellos.

            “-¿Fruta comés por lo menos?
            - Sí, mamá. Como fruta y tomo sol y soy la imagen misma de la salud.
            - Sol, sí, el sol es bueno. Pero no se puede vivir sólo de sol. Cítricos. Hay que comer cítricos.
            Cítricos, eso. Ahí estaba la clave que Irene había olvidado. Cítricos y sol, por qué no. Un lindo solcito sobre la piel y una naranja en las tripas. ¿Y el alma? Que se joda. Qué importa lo que sufran nuestras almas, al alma quién la ve.

            También, en ambos libros y en ambas parejas, la relación parecería que no tiene ni comienzo ni fin. Nunca son novios, ni viven juntos ni se son fieles.
            Caer en una relación así es algo difícil pero lo que es más difícil aún es terminarla.
¿Han escuchado alguna vez la frase “Mujeres. ¿Qué hacemos con ellas? No se puede vivir con o sin ellas.”? Creo que es perfectamente aplicable a los hombres. Lo importante es siempre el diálogo.
            En ambos libros, los hombres parecen no entender o no ver el sufrimiento de sus “parejas”, pero ellas tampoco se lo comunican.
            Mujeres, aprendamos a comunicarnos. 

Laura Barbieri

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