Alfredo y su Irene, Irene y su Alfredo
“...esos
seres tienen una permanente necesidad de utilizar a las mujeres como espejos,
cuya única virtud sería la de potenciar la admiración que ellos sienten por sí
mismos...”
Esto
le dijo un psicoanalista una vez a Irene Lauson. Estaban en una fiesta, y a sus
espaldas estaba Alfredo, conversando con una.
Hacía
ya trece largos años que Irene estaba con Alfredo Etchart y sin embargo, eran
una pareja que “de pareja” tenía poco. Se llevaban casi veinte años de
diferencia y se habían conocido en una charla en la universidad. Él, el
brillante profesor, ella, la escrupulosa e inteligentísima adolescente de 17
años. Habían salido a un café y habían hablado de filosofía, desafiándose cual
competencia.
Los
años pasaron y por más de ellos seguían... “juntos”, Alfredo seguía
encontrándose con adolescentes en un café para conversar, enseñarles cosas y
mantener relaciones sexuales en su departamento. Todas llegaban y se iban, pero
Irene nunca se iba. Alfredo no le escondía nada, le contaba de sus encuentros
con estas chicas como anécdotas divertidas. Pero ella nunca se iba. ¿Por qué?
Porque lo necesitaba.
Lo
dejaba reflejarse en ella porque él la quería, realmente la quería y necesitaba
reflejarse ella también en él.
“Es
mi historia la que siempre estuvo vinculada con los espejos. (…) Soy yo y no
Alfredo -que siempre ha emitido desbocadas y generosas señales sin retorno -,
soy yo quien siempre ha necesitado ante sí, como un doble tranquilizante, una
imagen cristalina de contornos nítidos. Y no porque me ame: porque me tengo
recelo.”
Todos
hemos escuchado sobre este tipo de parejas. Parejas enfermizas, personas que se
mantienen juntas por la propia necesidad de estar con el otro para sentirse
bien con uno mismo. Los motivos pueden ser mil.
Aunque sea doloroso
Otro
libro que trata este tema es “Abzurdah” de Cielo Latini, una novela
autobiográfica en la que Cielo cuenta su experiencia en la anorexia, la bulimia
y la autoflagelación.
Cielo
conoce a Alejo por chat a los 14 años. Un hombre 9 años mayor que ella con quien mantiene una relación obsesiva
durante años. Ella era completamente dependiente de él. Durante todo el libro
ella cuenta cómo todo lo que hacía, lo hacía por él. Tenía que ser perfecta
para él.
“Los amores juveniles son así. Obsesivos, absolutos, a todo o
nada. Lo terrible es que muchos años después uno siga comportándose de la misma
manera. Lo doloroso es que así se quede uno: siendo una maldita obsesiva.”
“Le creí, le creía cualquier cosa. Si me hubiera dicho
que después de violarme iba a aparecer Papá Noel con una bolsa llena de Barbies
para mí, también lo hubiera creído.”
En
ambos libros, relatados por o desde la mirada de la mujer, podemos ver la poca
correspondencia que ellas sienten de sus parejas y cómo lo único que importa es
cómo se ven para ellos.
“-¿Fruta
comés por lo menos?
-
Sí, mamá. Como fruta y tomo sol y soy la imagen misma de la salud.
-
Sol, sí, el sol es bueno. Pero no se puede vivir sólo de sol. Cítricos. Hay que
comer cítricos.
Cítricos,
eso. Ahí estaba la clave que Irene había olvidado. Cítricos y sol, por qué no.
Un lindo solcito sobre la piel y una naranja en las tripas. ¿Y el alma? Que se
joda. Qué importa lo que sufran nuestras almas, al alma quién la ve.”
También, en ambos libros y en ambas
parejas, la relación parecería que no tiene ni comienzo ni fin. Nunca son
novios, ni viven juntos ni se son fieles.
Caer
en una relación así es algo difícil pero lo que es más difícil aún es
terminarla.
¿Han escuchado alguna vez la frase
“Mujeres. ¿Qué hacemos con ellas? No se puede vivir con o sin ellas.”? Creo que
es perfectamente aplicable a los hombres. Lo importante es siempre el diálogo.
En
ambos libros, los hombres parecen no entender o no ver el sufrimiento de sus
“parejas”, pero ellas tampoco se lo comunican.
Mujeres,
aprendamos a comunicarnos.
Laura Barbieri
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