jueves, 31 de mayo de 2012

Mi primera tutoría del UBA XXI


El sol está saliendo perezosamente, hace frío y la gente del colectivo no deja de bostezar. Típico ambiente y clima que uno se imagina que va a haber un sábado a las ocho de la mañana.
Caminando hacia Puan, la Facultad de Filosofía y Letras, puedo ver chicas con libros de IPC (Introducción al pensamiento científico) como el mío. “Ellas deben ser mis compañeras”. En la parada veo que mucha gente dobla hacia donde yo voy, siento que me siguen. Pero no, están siguiendo al enorme edificio verde que se ve al frente.
Verde, alto, con ventanas largas pero chicas, todas cerradas y con rejas. No da la sensación de un colegio. Parece triste, como si llorara de alguna manera. Pero, ¿por qué lloraría una facultad con un día tan bello y con tanta gente que quiere ir a ella?
Al entrar, intimidada por la cantidad de gente, me siento perdida. Muchos carteles que invaden la vista. Cada uno de un color diferente, con escrituras y mensajes diferentes. Algunos impresos, otros pintados, otros son una combinación de impresos y a mano, y otros son tan chicos que te llaman más la atención que los grandes porque desentonan. Hay carteles con formas de huellas en el piso, mostrándote el camino a uno de los bancos de los partidos de la facultad.
La gente, los carteles, el ruido, el olor a café, medialunas. No sé dónde pararme. El aula 237, ¿dónde estaba? ¿Arriba, en el fondo, a la derecha, pasando los carteles del Partido Obrero? Primera vez en una facultad y ya estoy perdida, con miedo. Sola.
Un guardia me dice que tengo que subir hasta el segundo piso  y seguir a la masa de gente, ya que en ese piso sólo están los que buscan las tutorías del UBA XXI. Lo contaba como si fuese tarea sencilla. Obvio que lo es, ¿o no? subir escaleras todos lo pueden hacer. Pero estas eran grandes, largas, llenas de carteles en cada escalón y en las paredes hasta el techo. Me marean tantos colores. Son más que los que están en el aula de quinto de mi colegio, pero no hablan de frases graciosas que dijeron los compañeros o algún profesor. Estos carteles hablan de ir a marchas, de unirte a partidos políticos de la facultad o fuera de ella.
Se oyen risas a lo lejos. ¿Risas? Vienen de un aula, de una clase. Me hacen recordar a mis compañeros. ¿Pero una facultad no se supone que es más seria?
Y ahí puedo ver a la gente de la que me hablaba el policía. Toda amontonada hacia una puerta. Muchos con miedo a entrar, parece que hubiera un monstruo que te devora, por ese temor. El aula está repleta, abarrotada. Apenas noto el piso, porque algunas personas se sientan ahí. Parece algo caótico, desordenado.
El profesor llega y dice que tiene que ir a ver si le podían cambiar el aula porque era claramente chica la nuestra, ya que muchos alumnos se quedaron fuera de la puerta. Todos lo seguían como si fuese el pastor y ellos los borregos perdidos. No se pudo cambiar el aula, perdimos media hora de clase. No entiendo. Es un caos esta facultad. Yo también lloraría si tuviese que vivir con este caos en mi interior.

Camila Parrilla

miércoles, 23 de mayo de 2012

Primera clase


Qué emoción, la primera clase de facultad a la que asisto, ¡y yo que me quedé dormida! Hace quince minutos que tendría que estar en la estación del tren para viajar con mis compañeros a la facultad de Drago. ¿Estarán tan emocionados como yo? Me parece que no… mejor me hago la indiferente. Que lleno que está el tren, y ya es bastante tarde… No, no entramos, siete nos quedamos abajo, esperemos el otro, seguro llegamos con la clase ya empezada, qué vergüenza…

Los invitados, los treinta y tantos alumnos de la Rodolfo Walsh, entre ellos yo, entran al aula, algunos habían llegado hace una hora y ya habían recorrido toda la facultad, otros recién llegábamos. Aunque más de uno se hace el indiferente se nota en sus cara la sorpresa, la intriga, y en alguna que otra, hasta emoción. Vergüenza eso seguro que tienen todos, porque sin dudarlo ni un instante se sientan atrás, en las últimas filas, y los que quedan rezagados más adelante se ponen un poquito colorados al escuchar a algún estudiante del CBC preguntarles, ¿está ocupado acá?

Entrar al aula fue todo un acontecimiento, todos tienen algo para decir, todos observan algo diferente pero algo llama la atención más que todo lo demás: los bancos… chiquitos, una silla con una pequeña mesita pegada, todos iguales… ¿¡Y los zurdos!? ¿Qué hacemos los que tenemos la extraña destreza de escribir con la mano izquierda? No falta el chiste o las risas de alguno que otro mientras ven cómo intentamos escribir sobre una mesa tan extraña.

 Empieza a entrar gente, alumnos del CBC, los chicos de la EMEM 1 como si fuesen una orquesta bajan ordenadamente la voz, escuchan lo que dicen los demás, murmuran en lo bajo, se ríen y hacen caras, las chicas miran chicos, los chicos miran chicas, los chicos con novia miran a la novia y en tono de burla dicen, “son lindos los de la facu, ¿no?”. Mejor no miro tanto…

Ya hace quince minutos esperamos a la profesora, no viene… los alumnos entran y salen, se cambian de aula a otras materias. Mientras tanto yo miro lo que me rodea… No es un aula como la que hay en la secundaria, es un galpón, realmente es eso, “cuando hace mucho calor se deben querer morir”, murmuro pero no sé si alguien me escucha… Las paredes blancas y limpias son muy diferentes a lo que hay en quinto año donde desde del piso hasta el techo está lleno de cartelitos; el pizarrón está muy lejos, desde el fondo se ve poco, cuánta gente hay, serán cien, un poco menos…

Un saludo desde la puerta me corre de mis pensamientos, es la profesora, no es como supuse, es joven, tiene el pelo atado, entra casi corriendo y diciendo algo que no entiendo. Saluda, se ríe, conversa con nosotros, con nuestra profesora, con sus alumnos, le pide a un alumno que le compre un café, habla tan rápido que me cuesta seguir lo que dice. Sin saber cómo, pasa de estar hablando de que estacionó mal el coche a la primera guerra mundial, qué sorpresa, los alumnos de ella saben tanto como los de secundaria sobre el tema… ¿Será bueno o malo?

En una clase de historia en la escuela, dos horas hablando del mismo tema hubiera sido agotador, aburrido y quizás hasta confuso, capaz por ser invitados esta clase fue llamativa, divertida, no hubo ni una queja, incluso siendo que la profesora hablaba cada vez más rápido, en más de un momento se escuchó un resoplo pero ninguno se animó a decir ninguna de las frases, esas frases que en la escuela son tan comunes: “¡Pare! ¿Qué dijo? ¿Qué preguntó? ¡Proooofeeeee, más lentooo!!”.

Sin que nadie se dé cuenta se termina la clase, la profesora levanta sus cosas, saluda y se va. Otra vez empieza a salir y a entrar gente, otra vez a hablar todos en voz alta, cuántas cosas para decir de tan solo dos horitas…

Pero primero, ¿Y el baño? Entre tantas cosas me olvidé que quería ir al baño, bueno veo que no soy la única, un numeroso grupito de las invitadas se encamina al primer piso…

Capaz que es porque es un lugar nuevo pero hasta el baño me resulta llamativo, es enorme… ya está, ya estamos todas ¿Vamos?... ¡Qué lindo!, quiero venir a la facultad, qué clase entretenida, qué ilusión me hace estar acá… “Qué bueno que está el morochito ese”… Todavía me pregunto cuál de todas las chicas lo dijo, pero más me pregunto, “¿Cuál morochito?, ¡no lo vi!”.
Laura Serantes 

Un chico estaba sentado en una mesa con un cartel que decía “Partido Obrero”. Gabi se animó a saludarlo y él nos contestó el saludo. Nos pregunto de dónde veníamos y le dijimos que del Rodolfo Walsh. Nos miró sorprendido, no tenía ni idea de dónde quedaba. Empezó a contarnos sobre el partido, nos hizo preguntas sobre las marchas, los centros de estudiantes, sobre la falta de gas en los colegios y demás. Estaba muy interesado sobre el tema de la educación y cómo nos afectaba a todos. Nos dijo que venía solo por el partido y que estudiaba en la UBA, pero en otro lado. Era raro, podía entrar y estar ahí sin preocupaciones y sin cuestionamientos. Pasaron unos cuantos minutos, quisimos charlar con más personas pero ya se había hecho la hora de entrar a la clase.
Todo estaba en silencio, algo que desconocía de un aula. Había gente en ella y nosotros casi completábamos todos los lugares. Nuestra presencia se notaba. Algunos nos miraban y para otros era como un día normal. Una chica y su amiga se sentaron al lado mío y empezaron a sacar sus cosas, a hablar del clima y sin mucha sutileza de nosotros. De pronto, entró una chica y dijo que los que estaban para Pensamiento científico, esta no era su clase. Muchos se levantaron y se fueron. La chica que estaba al lado mío no. Quince minutos pasaban de la clase y la profesora no llegaba. Algunos comentarios afirmaban que esto era normal, ya que ella vivía lejos. Quince, veinte, veinticinco minutos después llegó. Nos saludó y nos reconoció.  Explicó la temática de la clase y como ella trabajaba. Su clase no era muy diferente a la de una clase de Historia en una secundaria. Las cosas se comprendían rápido, y explicaba con detalles lo sucedido. La chica que había entrado para avisar, volvió a entrar, y un par de chicos se fueron. Las primeras, segundas, terceras y cuartas filas anotaban, pero al mirar atrás se notaba la diferencia. Nadie hablaba, ni nadie preguntaba. Se sentía como una clase de secundaria solo que sin casi ningún alumno en el aula. El tema era la Primera Guerra Mundial. La docente explicaba sobre los bandos, los  países involucrados y demás.  La profesora jamás dejaba de hablar, pero no era excusa para que los alumnos hicieran algún comentario. Nadie faltaba el respeto, todos en silencio por más aburrido que fuese el tema. No dejaba de hablar, y la cantidad de preguntas fueron de un máximo de cinco a lo largo de las dos horas. Las chicas de al lado, cada tanto hacían algún comentario, pero solamente de la materia. El reloj marcó las 11:00 y de a poco nos fuimos levantando. La clase había terminado.

Laura Gartner

Gris y húmeda Drago


El día gris y lluvioso hacia que todo pareciera oscuro y sin vida. Al comienzo de la mañana, la sede Drago del CBC, era así. Oscura, húmeda, sin vida. Se veía solitaria. Solo algunos estaban sentados en los pasillos leyendo algún que otro apunte. Tal vez los muchos carteles sobre marchas, partidos políticos, el centro de estudiantes (FUBA), le daban algo de vida al edificio vacío.
También en el baño había algo de estos carteles. En el primer cubículo, pegado del lado de adentro de la puerta, un cartelito rezaba:

Clases Particulares de Biofísica.
Profesor Particular: recibido en Medicina (UBA).
Damián: 4230-611
                15-3235-8329
clasesbiofisica@hotmail.com

Fuera del baño, también había muchos carteles similares, un poco más elaborados, sobre clases particulares, pegados por las paredes.
Al ir avanzando la mañana, esta sensación de desocupación empezó a cambiar rotundamente. A eso de las 9 am, una avalancha de gente  comenzó a circular por todo el gran edificio. Algunos se detenían, se sentaban contra la pared y estudiaban, otros esperaban fuera de las aulas, charlaban en grandes grupos, en pequeños, hablaban con profesores, caminaban hacia su siguiente clase, tomaban mate, tocaban la guitarra.
En el aula 8, que se encontraba en el patio, estaban los alumnos que cursaban Historia Económica y Social general. La clase comenzaba a las 9 am. Ya eran las 9:30, y la profesora no había llegado. Algunos entraban al aula, se sentaban y después preguntaban si era su clase. “¿Acá se cursa Álgebra?”  “No, no, Historia”.  Al darse cuenta de que no, ponían cara de disgusto y se retiraban. Tal vez se arriesgaban a preguntar si sabían dónde era esa clase. Otros, que estaban seguros de donde estaban, al ver que no llegaba la profesora se ponían a repasar cosas para otra materia. Se acercan los parciales.
    -“¡Perdón! Con esta lluvia el tráfico es un desastre. Y encima, no encontraba lugar para  
    estacionar. Lo estacioné en un lugar que no se puede, así que si me vienen a buscar sepan que  
    es por eso, no por otra cosa”.
Algunos rieron. La profesora comenzó su clase de esta forma tan distendida. El tema de ese día, era La Primera Guerra Mundial.
Al rato, una secretaria interrumpió la clase. “Profesora, disculpe, pero tiene que mover su auto”. “Ay, yo sabía. ¿Vieron que les dije? ¿No te animas a moverlo vos?” La secretaria puso cara de desconcierto, pero con un poco de insistencia por parte de la profesora, terminó aceptando.
La clase siguió sin ninguna interrupción. La dictaba de manera distendida. Haciendo chistes sobre el tema en cuestión. En un momento se acercó a un alumno que estaba en la primera fila, y le dijo si no podía ir a comprarle un café, y que el del bufet ya sabía cómo prepararlo. Que le dijera que era para ella.
No muchos tomaban nota al principio. Escuchaban y observaban a la profesora. Algunos, hacían garabatos en sus cuadernos. Al inicio, la profesora empezó haciendo un repaso de los temas anteriores que se ligaban con el tema del día. Cuando abordó de lleno la Primera Guerra Mundial, la mayoría comenzó a anotar.
Al final de la clase ya era un mar de cabezas gachas con oídos bien atentos y lápices y lapiceras que iban copiando al ritmo de la explicación.
La profesora caminaba, de adelante para atrás, de atrás para adelante, se subía al pequeño escenario y anotaba en el pizarrón, volvía a caminar. Era dinámica la clase.

Al finalizar, el patio se llenó de gente. De nuevo charlando, algunos estudiando, otros tomando mate, yendo para otras clases. Y al rato, se volvió a vaciar. Otra vez ese vacío… lleno.
Morena Vella


jueves, 10 de mayo de 2012

¡¡Qué felicidad!! ¡¡Terminé!! Y ahora, ¿qué?


Diferentes profesionales, directores, universitarios y psicopedagogos nos cuentan  sobre los sentimientos encontrados de alegría y satisfacción con dudas y temor a la hora de elegir carreras u oficios en el momento que tratamos de descubrir cuál es nuestra vocación. Estos profesionales dan diferentes e interesantes opiniones que cabe mencionar.
Por ejemplo, Roberto Aras, explica que el éxito o el fracaso en una profesión, está ligado a la preparación personal, a la voluntad del trabajo, en fin, se trata de la fidelidad que cada uno le ponga a su vocación.
A su vez, Virginia Tarsiano nos dice que a la hora de tomar la decisión es bueno preguntarse “quién soy” y “quién quiero llegar a ser”, como también, “qué me conviene”. Reflexionar con otros puede llegar a ser una gran ayuda.
Por otra parte es interesante lo que propone Viviana Pasquale. Ella señala, frente a la búsqueda, cuatro puntos importantes que ayudan a organizarnos mejor.
En primer lugar, el autoconocimiento: necesitamos preguntarnos cual es nuestro proyecto de vida.
Segundo lugar, buscar información. Conocer el mercado, oferta-demanda, etc.
Tercer lugar, selección y análisis. Tener en cuenta, por ejemplo, nuestras posibilidades económicas y personales.
Y por último lugar, la elección: esta debe estar aproximada a las necesidades.
Pascuale refiere a que no solo la vocación es importante, sino también, el entorno, la realidad laboral, entre otros.
En conclusión, nadie tiene garantizado el éxito, pero sin duda es importante, para poder enfrentar cualquier obstáculo, hacer algo que nos gusta. Tal vez no nos sea tan fácil elegir, pero nadie se murió por equivocarse y volver a empezar, ¿no?
Marta Ricci

miércoles, 2 de mayo de 2012

Hora de la elección de una carrera


El dilema de todo adolescente actual: ¿qué carrera hay que seguir?, ¿cómo elegir ?, ¿costará mucho tiempo?, ¿tendrá materias muy difíciles? Entre otros cuestionamientos.
 “La elaboración de un proyecto futuro, la elección de un estudio o trabajo, moviliza y actualiza, entonces, todos estos entretejidos, en un continuo. No como una decisión aislada que surge en un determinado momento, ‘porque se termina la escuela y así debe ser’. Se trata de un proceso en desarrollo, en el que, cada etapa adquiere su particular significado en relación al que le precede o sucede” (Claudia Cavalotti).
La elección de la carrera es importante en la vida, elegir qué rol vamos a desempeñar en la sociedad en el futuro es un tema que hay que pensar y analizar con cuidado, es un proceso. No tenemos que tomar decisiones a la ligera, al contrario, hay que tener bien en cuenta distintos factores que se relacionan a la elección de la carrera.
Unos de los puntos a considerar en el momento de elegir una carrera es el conocerse a uno mismo, qué habilidades y aptitudes poseemos , en qué áreas nos podemos destacar más, qué nos gusta y qué no, en qué ambiente nos gustaría trabajar, qué esperamos como resultado de esta carrera.
Otro punto importante es buscar información, siempre tenemos que estar informados, siempre es bueno tener en cuenta la salida laboral que ofrece la carrera, habilidades necesarias, costos, tiempo, etc.
Luego de tener la información debemos sentarnos y analizar, comparar lo que obtuvimos como resultado de la información con nuestras propias expectativas, posibilidades y necesidades. Es decir, una vez que tenemos lo necesario tenemos que tratar de aclarar por lo menos algunas dudas, preguntándonos, ¿coincide la información de la carrera con nuestros objetivos futuros?, ¿va a ser posible llevarla a cabo?, ¿estoy dispuesto a recorrer todo el camino?
Si bien es bueno obtener algún punto de vista de alguien que sepa sobre el tema, no es necesario que decidamos en base a eso, no nos quedemos con una sola opinión, es necesario y esencial tener muchas fuentes de información, pensar y procesar todo teniendo en cuenta los puntos anteriores. Es cierto que en la elección de carrera hay presiones: familiares, sociales, económicas. Pero el que toma la decisión final tiene que ser uno mismo.
“Elegir carrera implica reflexión y tratar de pensar, no sólo sentir las crisis y la angustia propias del cambio de etapa; para esto uno necesita un cierto tiempo y tranquilidad. No hay test que pueda dar una respuesta rápida, no hay consejo que sirva como palabra mágica y además nadie se ha muerto por tener que elegir una carrera, aunque esto sea importante y se enmarque en un proyecto de vida a mediano plazo: No sirve el dramatismo.” (Fernando Gasalla).
Muchos nos preocupamos demasiado, dramatizamos la situación, no es un error mortal el elegir una carrera y que, cuando la estamos cursando nos demos cuenta de que no es lo que esperábamos. Se puede cambiar, y volver a elegir, nos tomará un poco más de tiempo, pero es preferible esto a que estar siguiendo algo que sabemos que no nos gusta y no nos hace sentir cómodos. Ensayo y error, es así.
Hay tiempo para elegir qué estudiar, como ya habíamos dicho es necesario analizar, no solo la cuestión personal, sino también la social, ambas en conjunto. Por lo tanto no hay que precipitarse y tomar decisiones a la ligera. Esto no quiere decir que mientras no tengamos el título no vamos a poder desempeñarnos en el mercado laboral, podemos hacer ambas cosas, quizás se complique y tome aun más tiempo, pero todo lleva su tiempo en la vida.
Giselle Almirón 

Futuro


Cuando llega el momento en el que uno tiene que tomar la decisión sobre lo que va a estudiar luego de la secundaria, llegan, al mismo tiempo, las inseguridades, las dudas, los miedos. En esos momentos uno tiene en cuenta varias opiniones, de amigo, de familias.
Algunas veces las mismas familias son las que incitan o imponen seguir una carrera, ya sea porque esa profesión pasa de generación en generación, o bien porque les gustaría haber ejercido en ella y no tuvieron oportunidad. En este caso uno se tendría que plantear si realmente está de acuerdo en seguir esa carrera o si estará feliz ejerciéndola. En la (…)“búsqueda de la vocación resulta esencial – como dice Viviana Pasquale – el AUTOCONOCIMIENTO, esto es: ¿qué me gusta hacer?, ¿qué no me gusta?, ¿dónde me gustaría trabajar?, ¿y dónde no?, ¿cuáles son mis habilidades, intereses, fortalezas, así como mis debilidades o aspectos negativos? Y básicamente, ¿cuál es mi proyecto de vida?”(…)
Es muy importante para tomar cualquier tipo de decisión estar informado. Si uno no averigua, no investiga, no conoce, es entonces cuando el miedo aparece. (…) “El padre del miedo es el conocimiento”(…) [Fernando Gasalla].
Muchas veces, en una familia, así como en la misma sociedad, algunas vocaciones están “mal vistas” o con menos prestigio que otras, como por ejemplo las artes. Sin embargo, como aclara Roberto Aras (…)“ hoy el éxito o el fracaso están más ligados a la preparación personal, la voluntad de trabajo y la creatividad en circunstancias cambiantes que al molde que les impone la sociedad”(…). Lo más importante es hacer, estudiar y practicar lo que a uno en realidad le apasiona y le gusta. Es imprescindible estar feliz con su vocación.

 ”La fidelidad a uno mismo en la vocación es el mejor comienzo para triunfar” (Roberto Aras).
  
                                                          Camila Berestovoy
                                                                     

Nuestro futuro está en nuestras manos


Descubrir “quién quiero ser” y “qué profesión ejercer” es un desafío que genera mucha incertidumbre y es tal vez el resultado de un proceso que venimos construyendo desde hace rato. Se entiende que para construirlo es necesario equivocarse, construir con los otros, recorrer nuevos caminos e intentar descartar los que no interesan. Justamente tiene que ver con deseos e intereses que están tan adentro de uno, que no es fácil discernir, elegir una carrera, sino que es una tarea muy compleja, que requiere de tiempo, trabajo y mucha paciencia. Entonces nada tiene que ver con el paradigma de la aceleración que atraviesa la sociedad posmoderna, en la que vivimos y sobrevivimos a presiones, donde parecería que todo es mágico, azaroso, improvisado y poco duradero.  Donde nos empujan a satisfacer el ahora, a consumir, muchas veces sin saber el por qué. En cambio, como señala Virginia Tarsitano “(…) Tomar decisiones lleva tiempo y un plan diseñado por etapas.(…) Estos temas pueden ser variados y de distinto orden: lo que me gusta estudiar, lo que me resulta fácil o difícil, las carreras más conocidas, el mercado laboral, la rentabilidad económica, los lugares de trabajo, las diferentes universidades(…)”
Roberto Aras, por su parte, refiere a que “(…)Hoy el éxito o el fracaso en una profesión están más ligados a la preparación personal, la voluntad de trabajo y la creatividad en circunstancias cambiantes, que al molde que les impone la sociedad.(…) Y eso sin contar con que el “motor” para animarse a inventar un lugar propio proviene de la felicidad que nos trae hacer lo que nos gusta.(…) Moraleja: la fidelidad a uno mismo en la vocación es el mejor comienzo para triunfar-de veras!(…)”
En este sentido es posible observar cómo pesan las obligaciones sobre los deseos, para descubrir las vocaciones. Sin embargo, tenemos que ser fieles a lo que deseamos, porque la primera elección es ser felices en lo que vamos a trabajar, y así dignificar nuestro tiempo… la Vida.
Finalmente Claudia Cavalotti comenta los test vocacionales: “(…) ‘Necesito un test vocacional’, expresan los jóvenes cuando demandan un acompañamiento en el complejo momento de la toma de una decisión. Este mito, que emerge de representaciones sociales arraigadas en viejas prácticas (…) nos interpela en nuestro lugar de orientadores. Nos mueve a trabajar desde la ‘desmitificación’ de la orientación vocacional como una acción dirigida de afuera hacia adentro(…)” Esto quiere decir que haciendo un test vocacional en realidad se busca una respuesta rápida ante tanta incertidumbre, pero sólo es un instrumento más que nos facilita conocernos y no una verdad absoluta. Pero también influye en la vocación el contexto  de cada individuo.
Podemos concluir con las palabras de Cavalotti “(…) Lo vocacional alude a un entramado complejo entre lo personal, familiar, social, cultural, económico, político y laboral (…)”.

Julieta Giordano 

La carrera no es el final de nada


La búsqueda de una carrera suele ser, a menudo, un motivo de felicidad pero, a la vez, de desconcierto o desesperación. Leyendo esta afirmación uno podría preguntarse, ¿cómo es que una misma decisión puede generar respuestas tan diferentes? El problema para algunos comienza en la casa (y por casa me refiero al entorno: amigos conocidos, familiares, etc.), en dichos casos pueden encontrarse desde prejuicios sobre el aparente “prestigio” de algunas carreras (los cuales presuponen el “desprestigio” de otras) hasta el -ya tan conocido- mandato familiar. Pero detengámonos por un momento en el primer problema mencionado (prestigio vs desprestigio), Roberto Aras dice “[…] el prestigio que poseen dentro de la comunidad puede oscilar pendularmente entre el “exitismo” que acompaña a quienes trabajan en el mundo empresario, de las comunicaciones o de la tecnología de punta, hasta la “resignación” de los que se sienten llamados a desarrollar las humanidades o las artes”. ¿Es realmente posible clasificar si las carreras son más o menos prestigiosas? Y si es así, ¿en qué nos basaríamos?, ¿relevancia en la sociedad acaso? Bien, entonces se puede decir que la sociedad actual no existiría sin gente dedicada al mundo de las carreras prestigiosas ¿Cómo hubiera sido este mundo sin un Carl Marx, un Galileo, sin un Antonio Gramsci o un René Favaloro? Siguiendo el mismo criterio, ¿acaso personas como Da Vinci, Platón o Armando Dicépolo no tienen relevancia alguna en este mundo?, ¿son simples seres humanos comunes y silvestres que pasaron por la vida sin trascendencia alguna?. Si es así podríamos replantearnos por qué las idea de Platón siguen siendo objeto de estudio en secundarias y universidades siglos después de su muerte o el por qué una obra de Da Vinci se cotiza tanto o por qué aún se ven documentales extensos sobre la vida y obra de dicho artista en el cable.
Sin embargo lo que suele destacar más a la hora de elegir una carrera es la desesperación que provoca esta decisión, como ya mencionó Virginia Tarsitano : “en la orientación vocacional aprendimos que no fracasa en su decisión aquel que puede llegar a cambiar de opinión; sino el que se inscribe en una carrera sin elegir o madurar alguna idea que le permita asumirse como protagonista de su propia vida”. 
Elegir una carrera no debe ser algo repentino, absoluto e impersonal, sino que para hacerlo debemos repensarnos a nosotros mismos y hacernos cargo, ser conscientes de la decisión que tomamos sin que esta sea indiscutible y tajante. De esto también habla Fernando Gasalla cuando afirma que el dramatismo no sirve y que “ […] la decisión o elección de la carrera no es un compromiso para siempre o del que no haya retorno” y es bien sabido que esto es lo que más inquietud suele generar en los jóvenes, pues toman a “la carrera” como algo que definirá su vida por la eternidad, una decisión cuya respuesta debe ser exacta y no cabe en ella margen de error.
Muchas veces los jóvenes se ven superados por las responsabilidades que deben afrontar, ya que los costos, conocimientos y habilidades necesarias para dar el primer paso hacia la carrera (el ingreso a la universidad) requieren independencia y mayor responsabilidad.
Es por eso que la carrera debe decidirse siempre con calma y siendo fiel a los intereses y pasiones de uno mismo.
Iara Diacobo