jueves, 31 de mayo de 2012

Mi primera tutoría del UBA XXI


El sol está saliendo perezosamente, hace frío y la gente del colectivo no deja de bostezar. Típico ambiente y clima que uno se imagina que va a haber un sábado a las ocho de la mañana.
Caminando hacia Puan, la Facultad de Filosofía y Letras, puedo ver chicas con libros de IPC (Introducción al pensamiento científico) como el mío. “Ellas deben ser mis compañeras”. En la parada veo que mucha gente dobla hacia donde yo voy, siento que me siguen. Pero no, están siguiendo al enorme edificio verde que se ve al frente.
Verde, alto, con ventanas largas pero chicas, todas cerradas y con rejas. No da la sensación de un colegio. Parece triste, como si llorara de alguna manera. Pero, ¿por qué lloraría una facultad con un día tan bello y con tanta gente que quiere ir a ella?
Al entrar, intimidada por la cantidad de gente, me siento perdida. Muchos carteles que invaden la vista. Cada uno de un color diferente, con escrituras y mensajes diferentes. Algunos impresos, otros pintados, otros son una combinación de impresos y a mano, y otros son tan chicos que te llaman más la atención que los grandes porque desentonan. Hay carteles con formas de huellas en el piso, mostrándote el camino a uno de los bancos de los partidos de la facultad.
La gente, los carteles, el ruido, el olor a café, medialunas. No sé dónde pararme. El aula 237, ¿dónde estaba? ¿Arriba, en el fondo, a la derecha, pasando los carteles del Partido Obrero? Primera vez en una facultad y ya estoy perdida, con miedo. Sola.
Un guardia me dice que tengo que subir hasta el segundo piso  y seguir a la masa de gente, ya que en ese piso sólo están los que buscan las tutorías del UBA XXI. Lo contaba como si fuese tarea sencilla. Obvio que lo es, ¿o no? subir escaleras todos lo pueden hacer. Pero estas eran grandes, largas, llenas de carteles en cada escalón y en las paredes hasta el techo. Me marean tantos colores. Son más que los que están en el aula de quinto de mi colegio, pero no hablan de frases graciosas que dijeron los compañeros o algún profesor. Estos carteles hablan de ir a marchas, de unirte a partidos políticos de la facultad o fuera de ella.
Se oyen risas a lo lejos. ¿Risas? Vienen de un aula, de una clase. Me hacen recordar a mis compañeros. ¿Pero una facultad no se supone que es más seria?
Y ahí puedo ver a la gente de la que me hablaba el policía. Toda amontonada hacia una puerta. Muchos con miedo a entrar, parece que hubiera un monstruo que te devora, por ese temor. El aula está repleta, abarrotada. Apenas noto el piso, porque algunas personas se sientan ahí. Parece algo caótico, desordenado.
El profesor llega y dice que tiene que ir a ver si le podían cambiar el aula porque era claramente chica la nuestra, ya que muchos alumnos se quedaron fuera de la puerta. Todos lo seguían como si fuese el pastor y ellos los borregos perdidos. No se pudo cambiar el aula, perdimos media hora de clase. No entiendo. Es un caos esta facultad. Yo también lloraría si tuviese que vivir con este caos en mi interior.

Camila Parrilla

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