miércoles, 23 de mayo de 2012

Primera clase


Qué emoción, la primera clase de facultad a la que asisto, ¡y yo que me quedé dormida! Hace quince minutos que tendría que estar en la estación del tren para viajar con mis compañeros a la facultad de Drago. ¿Estarán tan emocionados como yo? Me parece que no… mejor me hago la indiferente. Que lleno que está el tren, y ya es bastante tarde… No, no entramos, siete nos quedamos abajo, esperemos el otro, seguro llegamos con la clase ya empezada, qué vergüenza…

Los invitados, los treinta y tantos alumnos de la Rodolfo Walsh, entre ellos yo, entran al aula, algunos habían llegado hace una hora y ya habían recorrido toda la facultad, otros recién llegábamos. Aunque más de uno se hace el indiferente se nota en sus cara la sorpresa, la intriga, y en alguna que otra, hasta emoción. Vergüenza eso seguro que tienen todos, porque sin dudarlo ni un instante se sientan atrás, en las últimas filas, y los que quedan rezagados más adelante se ponen un poquito colorados al escuchar a algún estudiante del CBC preguntarles, ¿está ocupado acá?

Entrar al aula fue todo un acontecimiento, todos tienen algo para decir, todos observan algo diferente pero algo llama la atención más que todo lo demás: los bancos… chiquitos, una silla con una pequeña mesita pegada, todos iguales… ¿¡Y los zurdos!? ¿Qué hacemos los que tenemos la extraña destreza de escribir con la mano izquierda? No falta el chiste o las risas de alguno que otro mientras ven cómo intentamos escribir sobre una mesa tan extraña.

 Empieza a entrar gente, alumnos del CBC, los chicos de la EMEM 1 como si fuesen una orquesta bajan ordenadamente la voz, escuchan lo que dicen los demás, murmuran en lo bajo, se ríen y hacen caras, las chicas miran chicos, los chicos miran chicas, los chicos con novia miran a la novia y en tono de burla dicen, “son lindos los de la facu, ¿no?”. Mejor no miro tanto…

Ya hace quince minutos esperamos a la profesora, no viene… los alumnos entran y salen, se cambian de aula a otras materias. Mientras tanto yo miro lo que me rodea… No es un aula como la que hay en la secundaria, es un galpón, realmente es eso, “cuando hace mucho calor se deben querer morir”, murmuro pero no sé si alguien me escucha… Las paredes blancas y limpias son muy diferentes a lo que hay en quinto año donde desde del piso hasta el techo está lleno de cartelitos; el pizarrón está muy lejos, desde el fondo se ve poco, cuánta gente hay, serán cien, un poco menos…

Un saludo desde la puerta me corre de mis pensamientos, es la profesora, no es como supuse, es joven, tiene el pelo atado, entra casi corriendo y diciendo algo que no entiendo. Saluda, se ríe, conversa con nosotros, con nuestra profesora, con sus alumnos, le pide a un alumno que le compre un café, habla tan rápido que me cuesta seguir lo que dice. Sin saber cómo, pasa de estar hablando de que estacionó mal el coche a la primera guerra mundial, qué sorpresa, los alumnos de ella saben tanto como los de secundaria sobre el tema… ¿Será bueno o malo?

En una clase de historia en la escuela, dos horas hablando del mismo tema hubiera sido agotador, aburrido y quizás hasta confuso, capaz por ser invitados esta clase fue llamativa, divertida, no hubo ni una queja, incluso siendo que la profesora hablaba cada vez más rápido, en más de un momento se escuchó un resoplo pero ninguno se animó a decir ninguna de las frases, esas frases que en la escuela son tan comunes: “¡Pare! ¿Qué dijo? ¿Qué preguntó? ¡Proooofeeeee, más lentooo!!”.

Sin que nadie se dé cuenta se termina la clase, la profesora levanta sus cosas, saluda y se va. Otra vez empieza a salir y a entrar gente, otra vez a hablar todos en voz alta, cuántas cosas para decir de tan solo dos horitas…

Pero primero, ¿Y el baño? Entre tantas cosas me olvidé que quería ir al baño, bueno veo que no soy la única, un numeroso grupito de las invitadas se encamina al primer piso…

Capaz que es porque es un lugar nuevo pero hasta el baño me resulta llamativo, es enorme… ya está, ya estamos todas ¿Vamos?... ¡Qué lindo!, quiero venir a la facultad, qué clase entretenida, qué ilusión me hace estar acá… “Qué bueno que está el morochito ese”… Todavía me pregunto cuál de todas las chicas lo dijo, pero más me pregunto, “¿Cuál morochito?, ¡no lo vi!”.
Laura Serantes 

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