miércoles, 2 de mayo de 2012

La carrera no es el final de nada


La búsqueda de una carrera suele ser, a menudo, un motivo de felicidad pero, a la vez, de desconcierto o desesperación. Leyendo esta afirmación uno podría preguntarse, ¿cómo es que una misma decisión puede generar respuestas tan diferentes? El problema para algunos comienza en la casa (y por casa me refiero al entorno: amigos conocidos, familiares, etc.), en dichos casos pueden encontrarse desde prejuicios sobre el aparente “prestigio” de algunas carreras (los cuales presuponen el “desprestigio” de otras) hasta el -ya tan conocido- mandato familiar. Pero detengámonos por un momento en el primer problema mencionado (prestigio vs desprestigio), Roberto Aras dice “[…] el prestigio que poseen dentro de la comunidad puede oscilar pendularmente entre el “exitismo” que acompaña a quienes trabajan en el mundo empresario, de las comunicaciones o de la tecnología de punta, hasta la “resignación” de los que se sienten llamados a desarrollar las humanidades o las artes”. ¿Es realmente posible clasificar si las carreras son más o menos prestigiosas? Y si es así, ¿en qué nos basaríamos?, ¿relevancia en la sociedad acaso? Bien, entonces se puede decir que la sociedad actual no existiría sin gente dedicada al mundo de las carreras prestigiosas ¿Cómo hubiera sido este mundo sin un Carl Marx, un Galileo, sin un Antonio Gramsci o un René Favaloro? Siguiendo el mismo criterio, ¿acaso personas como Da Vinci, Platón o Armando Dicépolo no tienen relevancia alguna en este mundo?, ¿son simples seres humanos comunes y silvestres que pasaron por la vida sin trascendencia alguna?. Si es así podríamos replantearnos por qué las idea de Platón siguen siendo objeto de estudio en secundarias y universidades siglos después de su muerte o el por qué una obra de Da Vinci se cotiza tanto o por qué aún se ven documentales extensos sobre la vida y obra de dicho artista en el cable.
Sin embargo lo que suele destacar más a la hora de elegir una carrera es la desesperación que provoca esta decisión, como ya mencionó Virginia Tarsitano : “en la orientación vocacional aprendimos que no fracasa en su decisión aquel que puede llegar a cambiar de opinión; sino el que se inscribe en una carrera sin elegir o madurar alguna idea que le permita asumirse como protagonista de su propia vida”. 
Elegir una carrera no debe ser algo repentino, absoluto e impersonal, sino que para hacerlo debemos repensarnos a nosotros mismos y hacernos cargo, ser conscientes de la decisión que tomamos sin que esta sea indiscutible y tajante. De esto también habla Fernando Gasalla cuando afirma que el dramatismo no sirve y que “ […] la decisión o elección de la carrera no es un compromiso para siempre o del que no haya retorno” y es bien sabido que esto es lo que más inquietud suele generar en los jóvenes, pues toman a “la carrera” como algo que definirá su vida por la eternidad, una decisión cuya respuesta debe ser exacta y no cabe en ella margen de error.
Muchas veces los jóvenes se ven superados por las responsabilidades que deben afrontar, ya que los costos, conocimientos y habilidades necesarias para dar el primer paso hacia la carrera (el ingreso a la universidad) requieren independencia y mayor responsabilidad.
Es por eso que la carrera debe decidirse siempre con calma y siendo fiel a los intereses y pasiones de uno mismo.
Iara Diacobo

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