7:00 A.M. Suena la alarma del celular a
todo volumen, calculando que hay 30 minutos para prepararme y salir me levanto
de la cama. Con un poco de sueño me termino de vestir, me preparo y miro el
reloj: las 7:20, perfecto, tardé menos de lo acostumbrado, 10 minutos de sobra
para tomar un té y salir para la parada.
Ya con todo hecho, salgo a la calle.
Auriculares y música encendidos, camino hasta la esquina y me quedo en la
parada del 107, el día está nublado y está lloviznando un poco. Me pongo la
capucha y miro alrededor, soy la única en la parada.
Pasan 3 minutos y llega el colectivo, no
hay mucha gente, saco el boleto y voy para los asientos del fondo, me pongo a
calcular cuántas cuadras son para llegar, no es mucho, como máximo tendría que
tardar unos 15 minutos. Mi destino, la sede del CBC de Drago.
Me pregunto e imagino cómo va a ser la
clase que iremos a presenciar con el grupo y la profesora. Estarán todos
callados, habrá muchos alumnos, será aburrida o interesante.
Cambio la música del celular, ya quiero
llegar, miro por la ventanilla y me doy cuenta que está lloviznando más que
antes, de repente el colectivo se empieza a llenar, chicos de primaria
acompañados por sus padres, gente que va a trabajar, un señor que lee el
diario, un par de chicas que charlan a los gritos y se ríen a carcajas.
De repente el colectivo se detiene, el
chofer baja y sale a mirar algo de la parte de atrás, -Se pinchó una rueda, van
a tener que bajar y esperar al próximo- dice.
Con caras de cansancio y quejándose la
gente se baja del colectivo, yo bajo sin hacerme drama, todavía tengo tiempo de
sobra, salí bastante temprano. Miro los carteles de las calles para ver donde
estábamos, Av. Monroe y Crámer, no habían pasado más de 15 cuadras desde que me
había subido, no me había dado cuenta.
Pasaron 10 minutos, 15, 20, 30, y el
colectivo no venía, ya empezaba a preocuparme, cada cinco segundos miraba la
hora, ya eran las 8:50, ¿tanto había que esperar?
Totalmente enojada, me saco los
auriculares, apago la música y empiezo a calcular qué hacer. Habíamos quedado
que a las 8:30 nos encontrábamos en la puerta, a las 9:00 empezaba la clase,
por lo tanto tenía 10 minutos para llegar, y teniendo en cuenta el tráfico que
empezaba a haber a esa hora, y las cuadras que todavía me faltaban, era
imposible.
Cinco minutos más, el colectivo seguía
sin aparecer, me vuelvo a enganchar los auriculares, música a todo volumen, la
capucha puesta y a caminar de vuelta las 15 cuadras hasta casa.
No llego a tiempo para la clase, si llego
tarde voy a interrumpir, voy a quedar mal, pensando eso camino más y más rápido
por la avenida llena de gente apurada, me suena el celular, era un compañero:
-
Hola, ¿dónde estás?
-
No voy, me estoy volviendo a mi casa, tengo mucha bronca, me tuve
que bajar del colectivo, está lloviendo y bueno, ya fue.
-
Pero vení, ¿no llegas?
-
No, no, dejá, me voy a mi
casa.
-
Ah, bueno, chau, después nos vemos.
Corto y sigo caminando, enojada pienso,
una falta más, me levanté temprano para nada, encima ya no tengo sueño.
Así se pasaron las 15 cuadras, llego a casa, abro la puerta y ya no me
siento tan enojada, dejo mis cosas y aprovecho para prepararme unos mates y
desayunar, por lo menos esta salida fallida no termina tan mal, disfruté al fin
y al cabo de una caminata matutina debajo de la lluvia con música, que si lo
pienso bien, me encantó, perdí una experiencia pero gané otra.
Giselle Almirón
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