domingo, 10 de junio de 2007

Otra crónica urbana

Un día como cualquier otro por la tarde, a las cinco y cuarto, María se encontraba en su local; hace seis meses que trabaja allí vendiendo alimento para mascotas. Entró una joven, vestida en forma humilde, con la ropa algo rota y sucia; ya varias veces le había comprado comida para su perro. Se acercó al mostrador.
- Buenas tardes – dijo la joven.
- Buenas tardes, ¿qué desea?
- Mire señora quería pedirle un favor, si me podría guardar los documentos y este bolso, porque yo duermo en la glorieta de la plaza entonces corro el riesgo de que me roben, es más, ya me pasó.
- Claro que sí, no hay problema.
La joven le entregó sus pertenencias y se retiró.
Luego otra clienta, una señora mayor con una correa de perro en su mano, se acercó al mostrador y le dijo a María:
- No tiene que ayudar a esa cartonera, esos son todos unos delincuentes.
- No es así, no son todos iguales.
Al instante volvió a entrar la cartonera con una bolsa en la mano.
-Encontré esta bolsa cerca de la puerta del local, seguro que alguien se la olvidó allí.
-Muchas gracias- dijo María.
Y la joven se retiró.
La señora reconoció la bolsa, era suya; la había olvidado al mirar la vidriera. Entonces se la pidió a María, pagó su compra y se fue.

Jésica Sujka

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