lunes, 11 de junio de 2007

Historias de vida

Margarita Sánchez
Yo vivo en Villa Pueyrredón desde hace 64 años, cuando la mayoría de las calles eran de tierra. Pocas estaban asfaltadas, en la mayoría había una vereda y la zanja.
En ese tiempo, el lechero pasaba con un carro tirado por un caballo, el organillero recorría el barrio con un órgano, el barquillero tenía un tambor con una ruleta arriba, una rueda que giraba y te ganabas tantos barquillos (especie de cubanito) según el número que sacabas; el pavero solía caminar por el medio de la calle, llevando los animales caminando también y, cuando un cliente se acercaba, agarraba al pavo con un gancho de la pata y lo mataba; y el churrero utilizaba un carrito o triciclo.
La escuela primaria la hice en el Ejército Argentino (Nazca entre Cabezón y Obispo San Alberto). A los 14 años comencé a trabajar como costurera de paraguas, pero también trabajé en un taller de mallas de vestir, después como ayudante de modista, con mis abuelos en el almacén, celadora de micro escolar y ayudante de peluquería.
Normalmente, se hacían quermeses, donde había puestos de juegos como latas que debías tirar con una pelota, embocar en aros, muñequitas que pasaban y debías disparar con un rifle, etc. y si ganabas obtenías como premio un reloj y otras cosas. Jugábamos también en la calesita.
En el Club Deportivo Devoto o en el Pueyrredón a veces venían actores o cantantes. En las plazas se hacían cines utilizando como pantalla un camión con una tela.
En el barrio, las personas solían ser humildes, buenos vecinos; se formaba como una familia, se acostumbraba a sentarse en la vereda y a charlar con los demás.


Anabella Benincasa

Isabel Vidal
Nací en Villa Pueyrredón hace 67 años en la calle Condarco, entre Cochrane y Bazurco. La vida en esa época era totalmente distinta a la de ahora, era más tranquila y segura.
Mis abuelos criaban animales en su casa, como gallinas y conejos. Mis tíos tenían en la feria un puesto de verduras, compraban la verdura en el mercado, de donde la traían en lienzos o fardos. Una vez en casa, esos paquetes se abrían, la verdura se lavaba en un piletón y, con juncos, se hacían ataditos que luego vendían. En la feria había distintos puestos (quesos, almacén, verduras, frutas, especies, flores, carnes, fiambres) que, situados en ambas veredas, ocupaban dos cuadras y media, desde Franco a Nazca.
Cuando salía del colegio (República de Nicaragua), las chicas de la cuadra nos juntábamos en las veredas a jugar a la estatua, a la mancha, a las escondidas, a saltar la soga, al teatro de disfraces. Algunas veces íbamos al almacén, comprábamos 100 gramos de aceitunas y pickles para comer mientras jugábamos. Siempre estábamos en la calle o en jardines, nunca adentro. Podíamos estar afuera hasta tarde, porque no pasaba nada. En Navidad, por ejemplo, se hacían bailes callejeros después de las doce. Muchas veces bailaba con Héctor Mayoral (o “Conejo” como le decíamos en el barrio). Los muchachos con quienes nos juntábamos nos cuidaban y respetaban como si fuéramos hermanas suyas.
También bailábamos en el Centro Lucense, que quedaba en Vicente López. Allí íbamos para carnaval, pero siempre acompañadas por los chicos y algún familiar. Las mamás nos llevaban al Club Comunicaciones (ahora abandonado) a bailar o a ver a Juan D’Arienzo, Oscar Alemán, Héctor Varela.
En la Plaza Alem, se celebraban las fiestas patrias: venían cantantes o bandas, se armaba un escenario (palco), se colocaban banderas. La asistencia era obligatoria por el colegio. Enfrente de la plaza había un cine, los fines de semana íbamos a ver, por ejemplo, a Lolita Torres o Los Cinco Grandes del Buen Humor.
Los vecinos éramos una familia; cuando necesitabas algo, el vecino estaba siempre a disposición al igual que uno con ellos, la casa de uno era la del otro; había mucha unión.
La secundaria la empecé en el colegio Conservación de la Fe, que era de monjas, pero abandoné al año porque yo quería aprender costura, y aunque el título que otorgaba era como modista, tenía que estudiar además Historia, Geografía, entre otras materias y eso no me interesaba. Por lo menos, me enseñaron alta costura. Después igual seguí un curso aparte de modista. A los 14, trabajé para una casa de modas (Casa Andrew) gracias a una profesora. Yo me encargaba de las terminaciones de los vestidos de fiesta, todo a mano y mi horario era de 9 a 12, y de 14 a 19.
Había muchos vendedores ambulantes. A la mañana temprano pasaba “La panificación”, un camioncito que vendía panes parecidos a los que hoy conocemos como pan para panchos. También comíamos gofio, un polvo pegajoso amarillo semejante a la harina o maizena, que era riquísimo. Si mientras comías te hacían reír, te ahogabas. Se compraba en librerías que también eran kioscos.
Nori Anzilutti

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