lunes, 11 de junio de 2007

Otra crónica: el limpiavidrios


Es sábado al mediodía en pleno centro porteño. Las calles están colmadas por los autos, que en su mayoría son de gran valor. Para José, el limpiavidrios, que haya una gran cantidad es una ventaja, pues con ellos se gana la vida.
Mientras espera en la esquina que corte el semáforo, se prende un cigarrillo para sacarse un poco el frío que desde temprano congela la ciudad.
El semáforo se pone en rojo, se agacha, agarra su balde y el limpiavidrios. Se aproxima a los coches.
Un señor mayor al verlo llegar le da una moneda.
-Vení, limpiame el parabrisas y el vidrio de atrás.
Y sin dudarlo, lo hace rápidamente para no desaprovechar ni un segundo del tiempo que tiene.
Otro, acepta de mala gana. Se dirige a la mujer del auto rojo.
- No tengo monedas...
- No importa- le responde él y se lo hace gratis, quizá por el simple hecho de romper el tedio.
Otros, a los que ni se les acerca, hacen como que no lo ven, pero lo vieron desde lejos, con el limpiavidrios en alto y chorreando esa agua un poco sucia, caminando entre los autos, agachándose al hablar hacia las ventanillas.
Se nota que ya es experto en el trato con las personas. Tiene claro que no siempre le toca lidiar con gente amable y simpática. Como con el joven de la camioneta Toyota Hilux, que al verlo acercándose le dice:
- Por qué no aprovechás mejor tu vida y dejás de molestarnos a nosotros, los conductores...
- Mi intención no fue fastidiarlo, don. No se enoje…
- Sí, me enojo ¿y qué?... Mejor que desaparezcas ya de mi vista, a un pobrecito como vos no le conviene tener conflictos con gente como yo- le contestó con furia y soberbia el automovilista.
José se aleja para no entrar en problemas. Se queda inmovilizado en el medio de la calle. ¿Por qué lo tratan así? ¿Por qué en vez de negarse y tratarlo cordialmente, lo insultan, lo denigran, lo humillan? Se le nota la angustia y la bronca.
Pasan los segundos y José sigue así, en ese estado.
Se asoma la luz verde.
Los bocinazos de los conductores que le piden que se corra del medio, que no estorbe, lo hacen salir de ese momento de reflexión.
Vuelve resignado a la esquina. Espera que nuevamente el semáforo cambie a rojo para seguir trabajando a pesar del episodio.
De nuevo el balde, el limpiavidrios y su amabilidad. De nuevo la negación, los autos y la tristeza.

MELISA CONTRATTI

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