“La historia
era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era
cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el
ultraje que había padecido, solo eran falsas las circunstancias, la hora y uno
o dos nombres propios”
Emma Zunz, mujer joven de clase media, que se ve
atravesada por la venganza, la muerte y la injusticia, busca recuperar el honor
de su padre que, acusado de un robo que él le confesó no haber cometido, muere
en Brasil lejos de su hogar.
Emma trabajaba en la fábrica de Aron Loewenthal,
encargado de provocar el exilio de su padre y, ante la reciente noticia de la
muerte de su progenitor, planifica en cuestión de días una venganza para
hacerle pagar sus culpas al dueño de la fábrica.
La venganza precisa de dos actores, uno que inicie
la acción y otro que responda con la misma moneda, por eso se la diferencia de
la violencia, en la que solo hay un agresor.
Esta historia acerca del peso de la figura paterna y
de las obligaciones que sus hijos sienten en relación a ésta, también la
encontramos en El Mandato, la novela
de José Pablo Feinmann. En la obra de Feinmann la aparente fragilidad de la
mujer se revierte utilizando su cuerpo y sus encantos para cambiar el curso de
la historia.
La figura paterna es una parte importante en la vida
de todo ser humano, es el primer educador y es el principal lugar de donde uno
extrae la ideología, la opinión, los enojos y la cultura, por eso la
consideramos fundamental en “Emma Zunz” ya que la joven se ve dolida
mentalmente por los problemas entre su padre y el dueño de la fábrica que
derivaron en la muerte de ambos. Por otro lado, en El Mandato para Pedro Graeff, uno de los protagonistas de la novela,
el éxito pasa por la fertilidad, la fertilidad por la hombría. La garantía de
ser hombre es la continuidad genética. Al no poder cumplir con ese mandato,
Leandro, hijo de Pedro, se encara con el fracaso. Finalmente
Pedro también muere.
Nos es fácil relacionar estas dos historias, aunque
Borges situó su cuento en su amada ciudad de Buenos Aires y Feinmann eligió un
pueblo inventado que nombró “El ciervo dorado” de ambiente rural, ambas
coinciden en su ubicación temporal, la década del veinte.
El papel de la mujer en ambas obras es parecido,
porque son determinantes para el desarrollo de las tramas y ponen sus
respectivos cuerpos en juego, en el caso de Emma, hasta se deja violar para
tener la coartada perfecta que justifique el asesinato de su jefe, por otro
lado, Laura, esposa del protagonista, decide también sobre su propio cuerpo, al
acostarse con el amigo de Leandro para concebir un hijo, no solo por
obligación, sino también por placer.
Entonces se abre otro tema crucial tanto en el cuento
como en la novela, que es el feminismo, y nace como una ideología de protección
a los derechos de la mujer, que propone mucho más que igualdad de género y
deriva en un pensamiento analítico en cuanto a la manera en que se forma nuestra
sociedad y cómo se convive en ella.
La sociedad Argentina en ambas obras se encuentra
partida, atravesada por huelgas, manifestaciones, reclamos populares, dictadores
y venganzas. En ese escenario de cambios y conflictividad social, tanto Borges
como Feinmann (aunque el cuento del primero, incluido en El Aleph fue escrito en la década del cuarenta, mientras que la
novela es contemporánea), cuestionan la autoridad instaurada (el padre, el
patrón) y dan a la mujer un rol fundamental capaz de torcer el rumbo de los
acontecimientos.
Marcos Arboleya
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