lunes, 21 de mayo de 2007

Crónica urbana

Esas voces nuevas, esas nuevas o viejas realidades pero hasta el momento casi desconocidas, se abren un espacio en este género -cruza de Periodismo y Literatura- la crónica urbana:

Hijos de la nada

A las 20 horas del día 16 de abril. Me encontraba caminando por la estación de Urquiza.
La gente pasaba al lado mío. Nadie miraba a nadie, cada uno se encontraba en su mundo. Entraban y salían de la estación desesperados, preocupados por sus propios problemas. Tan preocupados que no podían ver los de otros. Como el de aquel cartonero que se acercaba al andén llevando un pesado carro, y esperando ese tren “blanco” que lo llevaría otra vez a su casa. El de ese cartonero que se cruzó con ese hombre que vestía de traje, que salía de esa lujosa cafetería, en la que se encontraba la gente hablando, bebiendo cafés y tes calientes, y comiendo cosas ricas. El otro en cambio iba acompañado por su pequeña hija que llevaba ropas gastadas y sucias. Y pensaba si alguna vez su niña podría disfrutar de lo mismo.
Pero ese pensamiento fue interrumpido por ese hombre de traje azul marino y maletín negro, al cual no vio y llevó por delante.
¡Para qué!
Tendrían que haber visto su cara, cómo esta se fue transformando, pasaba de una cara preocupada a una con los ojos completamente desorbitados, con ganas de liquidar a aquel se atravesara por su camino.
Ese aquel era el flaco cartonero, aquel que con cara de angustia trasmitía una tristeza irreparable. No entendía nada, solo escuchaba los gritos de este señor:

-A vos te estoy hablando, sí, mírame, ¡no te das cuenta de que con esa cosa molestás!, ¡que me manchaste la ropa!

Nada contestaba el hombre.


-Pero, por favor, esta gente se cree dueña de la calle, la verdad no sé por qué no los encierran de una maldita vez.

Tampoco decía nada el hombre.

-¡¿Acaso no escuchás?! ¿Qué es lo que te pasa? Mirá a tu hija, y en el estado en que se encuentra, porque ¡sos un vago que no quiere trabajar!

Entonces el hombre lo miró a los ojos y se le lanzó encima.

Allí se pusieron a pelear. Hasta que un policía los vio:

-¿Qué es lo que está pasando acá señores? ¿Qué ocurre?

-Nada, respondía el hombre del maletín, es que este roñoso me empujó con su carro.

-¿Es verdad eso señor? Preguntó el policía al hombre

-No, no lo vi, en serio se lo digo.

Y mientras este no terminaba la frase el hombre del maletín se había llevado al vigilante a un costado y le hablaba a la altura de los hombros. El policía se dio vuelta, caminó tranquilamente hacia el cartonero y le dijo:

-Usted a mí me acompaña, señor.

-¡No, no! Yo no hice nada. Suélteme que me está lastimando… Pero, ¿por qué?

Así como si nada, se lo llevó. Llamó por radio a un patrullero y lo metieron en el auto con las manos esposadas.
La niña que no entendía nada, se había escondido detrás del carro de su padre. Él la llamó y le dijo algo, mencionó un nombre que no puedo recordar y la besó. La nena entró al pasaje subterráneo corriendo, ellos se fueron.
El hombre de traje continuó caminando como si nada hubiera ocurrido. Y la gente también siguió en su mundo, es más, jamás se enteraron de nada.



Lucía Isla

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