"Los hombres que se acostumbran a preocuparse por las necesidades de unas máquinas, se vuelven insensibles respecto a las necesidades de los hombres."
Isaac Asimov
Conquistar el Universo ha representado siempre
el anhelo máximo de la Humanidad. Por eso año a año se invierte más en
Tecnología y menos en Educación y Salud. Por eso año a año se ponen en órbita
satélites y se lanzan cohetes y se deja morir de hambre a millones de niños.
Según la Real Academia Española, Progreso –del
lat. progressus- significa: avance,
adelanto, perfeccionamiento. Nosotros buscamos el “Progreso” en lo material y
no en lo esencial. Creamos hoteles en vez de escuelas, estacionamientos en
lugar de plazas. Hay guerras, hay hambre, hay enfermedades, pero también hay
solidaridad, hay amor y hay esperanza.
Debemos entender que nuestros inventos,
nuestras herramientas y todo lo que nos rodea no es peligroso, lo peligroso es
nuestra estupidez. La investigación, la búsqueda del conocimiento, es el motor
que nos lleva hacia el progreso, si lo paramos, nos estancamos, ¿qué sentido tendrían
nuestras vidas? Por más que los científicos dejen de trabajar, jamás se podría
acabar la investigación totalmente, ya que la curiosidad es algo innato en el
hombre que lo empuja a buscar y hallar respuestas a sus interrogantes.
Entonces, no se deben frenar, ni censurar los trabajos de investigación,
siempre y cuando los experimentos no perjudiquen o le causen daño a algún ser
vivo; sino que se deben “reorganizar”, es decir, proseguir con las búsquedas
focalizando en el anhelo de conocimiento, y no en el lucro y el poder. Mahatma
Gandhi decía: “La verdadera evolución
social no consiste en aumentar las necesidades, sino en reducirlas
voluntariamente; pero para eso hace falta ser humildes."
Nos creemos dioses e ignoramos
lo insignificante de nuestra existencia. Competimos entre nosotros para poder
triunfar y nos olvidamos de que las grandes acciones de la Humanidad se dieron
cuando todos se hubieron unido. Odiamos al “otro” y nos fastidiamos al
reconocernos en él. Somos la enfermedad autoinmune que desarrolló una sociedad
condenada por nuestra mera condición de humanos. Somos a la vez causa y efecto
de la infección que acosa a la sociedad. Un mal de la sociedad, se trata de un problema común a
todos los individuos.
Al Hombre le llevó sesenta y cinco millones
de años convertirse en lo que es hoy y tan sólo un milenio para arruinarlo
todo. Tenemos un increíble Planeta, lleno de vida que nos provee de todo lo que
necesitamos para vivir y aún así lo destruimos. La tierra no es un planeta
más; está en el lugar adecuado, a la distancia adecuada de nuestra estrella,
tiene el tamaño adecuado, la composición adecuada con la cantidad de agua
adecuada y todo lo necesario para que se den las condiciones para el desarrollo
de la vida. Venus y Marte, nuestros vecinos más próximos, están en una zona en
la que se podría desarrollar vida en ellos, pero carecen de agua y su atmósfera
no es lo suficientemente densa como para albergar vida. ¡Sí! Nuestro planeta es
especial, nosotros no; somos simplemente un eslabón más en la línea evolutiva
hacia los grandes cerebros, y la hemos puesto en riesgo. Creo que eso de
colonizar el Universo es una ilusión narcisista. Sería tan sólo un nuevo lugar donde ser mezquinos. ¿Cómo
vamos a poder establecernos en otro Planeta si no sabemos cómo vivir en el
nuestro? Y en todo caso ¿valdría la pena?
Hablar de Eternidad es
controversial, porque sería suponer un mundo donde nada cambie, donde todo se
mantiene igual; es decir, un mundo inerte. ¿Qué
sentido tiene hablar de un mundo inerte? ¿Se puede vivir en un mundo inerte si
la vida es crisis? Entonces hay que hablar de Evolución de la Vida en nuestro
planeta.
Guerras, holocaustos,
dictaduras, desastres naturales, todo tipo de crisis que atravesó el mundo, y sólo
fue en esos momentos en los que se registró el mayor espíritu de unidad y se
presenciaron las acciones solidarias más extremas. Se necesitaron de verdaderas
tragedias para poder alcanzar aquel nivel de nobleza. Entonces es inevitable
preguntarse ¿necesitamos catástrofes que nos hagan cambiar a la fuerza?
¿Necesitamos devastarnos por completo para renacer? ¿Vale la pena el peligro? ¡Sí!
Aunque drástico, al menos parece necesario. ¿Pero debe seguir siendo así?
¿Aprenderemos algún día a ser menos brutos? ¿El fin justifica los medios? Eso
es algo que tendremos que reflexionar a medida que las oportunidades para el cambio
se presenten. La verdadera pregunta es, ¿qué
estamos dispuestos a sacrificar?
Lucía
Pereyra
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