viernes, 17 de enero de 2014

Ensayo: El Fin del Progreso, el comienzo del Futuro


 "Los hombres que se acostumbran a preocuparse por las necesidades de unas máquinas, se vuelven insensibles respecto a las necesidades de los hombres." 
                                                                                                                                              Isaac Asimov



  Conquistar el Universo ha representado siempre el anhelo máximo de la Humanidad. Por eso año a año se invierte más en Tecnología y menos en Educación y Salud. Por eso año a año se ponen en órbita satélites y se lanzan cohetes y se deja morir de hambre a millones de niños.
  Según la Real Academia Española, Progreso –del lat. progressus- significa: avance, adelanto, perfeccionamiento. Nosotros buscamos el “Progreso” en lo material y no en lo esencial. Creamos hoteles en vez de escuelas, estacionamientos en lugar de plazas. Hay guerras, hay hambre, hay enfermedades, pero también hay solidaridad, hay amor y hay esperanza.
  Debemos entender que nuestros inventos, nuestras herramientas y todo lo que nos rodea no es peligroso, lo peligroso es nuestra estupidez. La investigación, la búsqueda del conocimiento, es el motor que nos lleva hacia el progreso, si lo paramos, nos estancamos, ¿qué sentido tendrían nuestras vidas? Por más que los científicos dejen de trabajar, jamás se podría acabar la investigación totalmente, ya que la curiosidad es algo innato en el hombre que lo empuja a buscar y hallar respuestas a sus interrogantes. Entonces, no se deben frenar, ni censurar los trabajos de investigación, siempre y cuando los experimentos no perjudiquen o le causen daño a algún ser vivo; sino que se deben “reorganizar”, es decir, proseguir con las búsquedas focalizando en el anhelo de conocimiento, y no en el lucro y el poder. Mahatma Gandhi decía: “La verdadera evolución social no consiste en aumentar las necesidades, sino en reducirlas voluntariamente; pero para eso hace falta ser humildes."
  Nos creemos dioses e ignoramos lo insignificante de nuestra existencia. Competimos entre nosotros para poder triunfar y nos olvidamos de que las grandes acciones de la Humanidad se dieron cuando todos se hubieron unido. Odiamos al “otro” y nos fastidiamos al reconocernos en él. Somos la enfermedad autoinmune que desarrolló una sociedad condenada por nuestra mera condición de humanos. Somos a la vez causa y efecto de la infección que acosa a la sociedad. Un mal de la sociedad, se trata de un problema común a todos los individuos.
  Al Hombre le llevó sesenta y cinco millones de años convertirse en lo que es hoy y tan sólo un milenio para arruinarlo todo. Tenemos un increíble Planeta, lleno de vida que nos provee de todo lo que necesitamos para vivir y aún así lo destruimos. La tierra no es un planeta más; está en el lugar adecuado, a la distancia adecuada de nuestra estrella, tiene el tamaño adecuado, la composición adecuada con la cantidad de agua adecuada y todo lo necesario para que se den las condiciones para el desarrollo de la vida. Venus y Marte, nuestros vecinos más próximos, están en una zona en la que se podría desarrollar vida en ellos, pero carecen de agua y su atmósfera no es lo suficientemente densa como para albergar vida. ¡Sí! Nuestro planeta es especial, nosotros no; somos simplemente un eslabón más en la línea evolutiva hacia los grandes cerebros, y la hemos puesto en riesgo. Creo que eso de colonizar el Universo es una ilusión narcisista. Sería tan sólo un nuevo lugar donde ser mezquinos. ¿Cómo vamos a poder establecernos en otro Planeta si no sabemos cómo vivir en el nuestro? Y en todo caso ¿valdría la pena?
  Hablar de Eternidad es controversial, porque sería suponer un mundo donde nada cambie, donde todo se mantiene igual; es decir, un mundo inerte. ¿Qué sentido tiene hablar de un mundo inerte? ¿Se puede vivir en un mundo inerte si la vida es crisis? Entonces hay que hablar de Evolución de la Vida en nuestro planeta.
  Guerras, holocaustos, dictaduras, desastres naturales, todo tipo de crisis que atravesó el mundo, y sólo fue en esos momentos en los que se registró el mayor espíritu de unidad y se presenciaron las acciones solidarias más extremas. Se necesitaron de verdaderas tragedias para poder alcanzar aquel nivel de nobleza. Entonces es inevitable preguntarse ¿necesitamos catástrofes que nos hagan cambiar a la fuerza? ¿Necesitamos devastarnos por completo para renacer? ¿Vale la pena el peligro? ¡Sí! Aunque drástico, al menos parece necesario. ¿Pero debe seguir siendo así? ¿Aprenderemos algún día a ser menos brutos? ¿El fin justifica los medios? Eso es algo que tendremos que reflexionar a medida que las oportunidades para el cambio se presenten. La verdadera pregunta es, ¿qué estamos dispuestos a sacrificar?


Lucía Pereyra

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